A todos nos duele el momento en que tras más de una temporada tiramos a la basura a nuestra compañera de fatigas. Cambiar las zapatillas de correr es un momento crítico pero necesario en la vida de todo corredor.
¿Cómo saber cuándo toca cambiar las zapatillas de correr?
Evidentemente, cuándo te das cuenta que tu dedo pulgar aparece por la malla del upper es el momento de cambiar las zapatillas de correr.
No siempre las señales son tan claras y puedes estar meses corriendo con unas zapatillas en mal estado sin que te des cuenta. Por eso aquí te explico en qué 3 cosas te tienes que fijar para saber si necesitas cambiar las zapatillas de correr.
1. Desgaste de la suela
Si ves que la suela se empieza a desgastar por un lado es que la vida útil de la zapatilla se está terminando. Es importante remarcarte que el desgaste de la zapatilla modifica tu pisada y con ello aumenta el riesgo de que te lesiones. Pero, ¿cuándo es preocupante el desgaste de la suela de la zapatilla para correr?
Si tus zapatillas están como las de la foto es que has cruzado la línea roja. En el momento que un lado de la zapatilla de correr se empieza a desgastar ya es momento de hacer el pensamiento de comprar unas nuevas.
Si no lo haces y sigues corriendo con la suela desgastada aumentarás el riesgo de lesión.
2. Amortiguación dura y pérdida de flexibilidad
Una de las señales de que el cambio de zapatillas es necesario debes buscarla en la amortiguación. Al utilizarla a diario es difícil darse cuenta de que la amortiguación es más dura pero si te fijas en los laterales de la suela habrán aparecido pequeñas arrugas o grietas.
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Esta es la señal inequívoca de que tus zapatillas de correr deben pasar a mejor vida
3.Lesiones y sobrecargas
No es lo común que un corredor relacione las sobrecargas y las lesiones recurrentes con unas zapatillas en mal estado pero en muchas ocasiones la razón principal es esta. Si notas que no sales del círculo de lesiones y no encuentras ninguna explicación busca esta en las zapatillas.
Al no amortiguar bien el impacto tus articulaciones y músculos soportan una tensión exagerada que acaba provocando sobrecargas constantes.
