Carrera popular: cuando rigurosidad y valores brillan por su ausencia

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Apuntarse a una carrera popular implica pagar una inscripción y, por lo tanto, esperas una serie de servicios mínimos por parte de la organización a cambio de ese desembolso de dinero.

En más de una ocasión hemos abordado aspectos que, en nuestra opinión, deberían mejorarse en las carreras populares o que al menos, cada vez molestan a más corredores.

Algunos de estos temas son el elevado precio de determinadas carreras, la masificación de participantes, la inexactitud de las distancias o incluso la falsificación de dorsales.

Lo cierto es que organizar una carrera popular implica contemplar muchos más aspectos de los que a priori se puede llegar a pensar.

También es un hecho que, cada vez más, los corredores disponen de un amplio abanico de opciones para escoger una carrera, por lo que son más exigentes a la hora de elegir una competición de carácter popular, y no me refiero precisamente a decantarse por una u otra por el contenido de la bolsa del corredor.

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La necesidad del rigor y los valores en una carrera popular

Mi reflexión gira en torno a uno de los problemas con los que me he encontrado recientemente en una carrera popular: la rigurosidad y el control por parte de la organización, pero también a la falta de valores o moral.

Para ser exactos, me refiero al momento con el que todos soñamos en alguna ocasión, cruzar el primero la línea de meta.

En una competición reciente, como si de una película se tratase, apenas cinco minutos antes de que la cabeza de carrera real empezase a aparecer por la recta final, un corredor cruzaba la línea de meta en un tiempo imposible para un 10K, a no ser que seas atleta de élite (y de los mejores).

Posteriormente, y ante la queja de muchos participantes y espectadores, la organización tuvo que descalificar al falso ganador, sin saber exactamente, en aquel momento, cómo se había producido la artimaña.

El problema no fue solo que una persona hiciera un acto desleal, sino que, además, la organización no supo gestionarlo correctamente en el instante en el que sucedió.

Este incidente me hizo reflexionar acerca de dos temas principales: el control en algunas carreras populares y la moral de ciertos corredores.

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Con respecto al primer tema, determinadas carreras, aunque cada vez menos, carecen de puntos intermedios de control exhaustivos durante el recorrido para asegurar con exactitud que se ha realizado el circuito correctamente.

Sin embargo, es cierto que cada vez más, y gracias a la tecnología, se consigue un mejor cronometraje, ya que muchos sistemas son capaces de aglutinar gran cantidad de información, y de manera rápida, sobre el recorrido.

Desde mi punto de vista, la organización de las carreras debe estar a la altura. En ocasiones, se pasan por alto aspectos fundamentales. Un ejemplo es la necesidad de diferenciar los dorsales en carreras en las que se realizan de forma simultánea un 5K y un 10K.

A veces tampoco se tienen en cuenta algunas cuestiones básicas como una buena señalización del kilometraje.

La segunda cuestión, y para mí la más importante, es la que tiene que ver con los valores y la moral de los corredores.

Lo cierto es que resulta paradójico que en el deporte, un arma poderosa para educar en valores como el respeto, la tolerancia o el compañerismo, sigamos encontrándonos con algún que otro caso de este tipo.

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Ser corredor implica practicar un deporte individualista, lo que no quiere decir que se carezca de valores de equipo, compañerismo y competitividad sana.

Si hay algo que caracteriza a casi todos los corredores es su motivación intrínseca. La que encuentra la satisfacción en el deporte en sí, más allá de recompensas económicas o prestigio (que, como en cualquier deporte o actividad, también se tienen).

Desde mi punto de vista, ese es el principal combustible de un corredor; el placer de correr y la sensación física y mental que deja.