Pocas sensaciones hay en el atletismo que se equiparen a la producida al ponerse un dorsal para competir. No estoy exagerando si digo que es una sensación única y emocionante saber que el camino que en algún lugar comenzaste está cerca de terminar. Ese dorsal en tu pecho, es el inicio de ese final de aventura.
Un escalofrío me recorre el cuerpo al recordar como hace ya unos años 4 me puse mi primer dorsal para correr una carrera popular. En ese momento no sabía muy bien de lo que iba este deporte, para ser sinceros no tenia ni la menor idea de que significaba correr.
Estaba en una etapa de mi vida en la que empecé a correr para combatir el exceso de peso y para distraerme de las tensiones diarias. Sin darme cuenta me vi pagando una inscripción a una carrera de 10 kilómetros con un subentrenamiento exagerado.
Mi mente soñaba con esa carrera y con conseguir, por lo menos, terminarla. Así fue, y 45 minutos me bastaron para recorrer esos 10 kilómetros llenos de magia. Fue en ese momento cuando entendí lo que tantas veces veía en los ojos de mi padre: la recompensa del sacrificio.
A día de hoy hago rodajes que emulan el tiempo de esa competición, mi rendimiento ha mejorado de eso no cabe duda, pero lo que nunca cambiará es la sensación que provoca en mi ponerme un dorsal para competir. Esa sensación permanece inmutable.
Esto es lo que se siente al ponerse un dorsal para competir
Trataré de explicar con palabras la magia que desprende ponerse un dorsal, correr y darlo todo por un sueño. Si ya has corrido en alguna ocasión seguro que sabes de lo que hablo, si aún no has debutado espero que esté artículo te de el empujón que te falta para hacerlo.
Cuando te pones el dorsal para competir el mundo simplemente se detiene, es asi de sencillo. La importancia se centra en la carrera y todo gira entorno a ella, adquieres una visión de túnel que sólo te permite ver lo que tienes delante y olvidas la periferia. La emoción y los nervios intentarán aflorar por cada poro de tu piel.
Antes de una carrera me siento como un atleta de élite que pelea por conseguir un récord del mundo. Me pongo el dorsal y mi mente cambia el chip al instante.
Es tal el poder del dorsal, que una sensación de vértigo me embarga mientras, paso a paso, me acerco a la línea de salida. Miro a mi alrededor, a rivales y compañeros a la vez, y veo en sus ojos reflejados lo mismo que yo estoy sintiendo.
Siento como el peso de una gran responsabilidad trata de aplastarme, pero no dejaré que lo consiga. Esta responsabilidad es autoimpuesta, no es una obligación, sino que es producto de la pasión por este deporte.
Después de ponerme el dorsal para competir y antes del disparo de salida hago un pacto conmigo mismo y asumo plenamente la responsabilidad y las consecuencias. En ese momento, las dudas que me asaltaban minutos antes se diluyen ante la fortaleza del que sabe cuál es su sitio en esa multitud eufórica por escuchar el disparo de salida.
Tomo consciencia de la realidad en la que estoy envuelto y reflexiono sobre el sentido de esas malditas series anaeróbicas, de los madrugones necesarios para entrenar antes de trabajar y de todo el sacrificio y sufrimiento que he padecido en el camino.
Todo esto se reduce a algo diminuto al comprender que en el momento que me he puesto el dorsal para competir sólo existe un rival al que batir: yo.
Al escuchar el disparo de salida mi mente crea un auténtico e impenetrable vacio a mi alrededor. No importa compartir la carrera con 100 o 10000 corredores, me siento sólo, sólo ante mi responsabilidad.
Lo que pase después de ponerme el dorsal sólo depende de mi y por ello tengo que dar toda mi alma en conseguir mi objetivo.
Esta sensación de ponerte un dorsal para competir es increíblemente gratificante y te recomiendo que no pierdas ni un minutos en sentirlo.